Texto inspirado en las palabras de presentación del
libro homónimo. La Paz, septiembre de 1997
Juan Ignacio Siles del Valle comparte con muy pocas
personas, entre las que me cuento, el privilegio de haber tenido en sus manos y
hojeado -podría decirse en vivo y en directo- los diarios del Che y Pombo y las
pequeñas hojas de evaluación de su personal que el Che escribía con gran rigor
cada tres meses.
Los cuatro documentos -cuatro porque el diario del
Che comprende un cuaderno anillado y la agenda alemana- permanecen guardados en
las bóvedas del Banco Central desde que el gobierno los recuperó judicialmente
cuando iban a ser rematados en Londres, donde habían ido a parar luego de que
García Meza los sustrajera y negociara vilmente.
Desde que Juan Ignacio contó fascinado esa
experiencia, no hubo para mí descanso en el afán de imitarla. Y conseguí por
fin concretar el propósito en 1996 en dos oportunidades, lo que ha permitido
dar conocer no solamente nuevas imágenes ilustrativas del diario del Che, sino
también, por primera vez, la transcripción textual del Diario de Pombo y las
notas del Che de evaluación de su personal.
Estoy convencido que Juan Ignacio coincide conmigo
íntimamente, tiene la satisfacción de haberme inducido, y en cierta manera de
haberme abierto el camino, a esta indagación que culminó exitosamente.
Lo que sucede que por caminos distintos aunque
convergentes, con Juan Ignacio estamos empeñados en rescatar la memoria de los
sucesos del 67 y encontrarles algún sentido. Quizás yo más dedicado a una
finalidad historiográfica o más propiamente heurística, y él más consagrado a
la búsqueda de horizontes interpretativos de alcance filosófico-literario, sin
dejar de lado el hecho histórico mismo.
Producto de esas inquietudes es el libro: "La
guerrilla del Che y la narrativa boliviana", obra que bajo el título de
"Hombre Nuevo y Reino de Dios: la narrativa Boliviana de la
Guerrilla" fue finalista en el concurso de Ensayo Político Social de
"Casa de las Américas" de Cuba, en 1996.
DEL AMOR Y DEL ODIO
Lo primero que llama la atención en este trabajo es
su coherencia y su rigor metodológico. No en vano se origina en una
investigación académica que, además, ha tenido largos años de maduración antes
de ser publicada.
Después de una jugosa nota introductoria que vale
por sí misma como propuesta global del libro, se aborda el marco histórico
social a través de pinceladas puntuales sobre la Bolivia de los años 60, la
irrupción de la guerrilla del Che y sus repercusiones posteriores,
particularmente la conexión con la dramática guerrilla de Teoponte.
Le sigue el capítulo relativo al concepto
guevariano del Hombre Nuevo, quizá uno de los segmentos más densos del libro.
Aquí Juan Ignacio cree encontrar las raíces y el sumun del planteamiento del
Che: un sentido semi-cristiano del amor y su complemento contradictorio, el
odio que desencadena la lucha.
Pero también encuentra la plasmación de estos
conceptos en personas de carne y hueso como Camilo Torrez, el cura guerrillero
colombiano; Néstor Paz Zamora, el joven cristiano inmolado en Teoponte;
Mauricio Lefebvre el oblato canadiense muerto en las calles de La Paz el 21 de
agosto de 1971.
Comienzan así a establecerse con nitidez las
aproximaciones de la lucha armada guerrillera con la simbología cristiana y el
reflejo del fenómeno en la producción literaria boliviana.
REINO DE DIOS, LIBERACIÓN NACIONAL Y SOCIALISMO
El capítulo siguiente sobre la teología de la
liberación, prosigue la misma línea de investigación tanto en el plano
conceptual como en sus conexiones con la realidad y particularmente la manera
como la literatura boliviana percibió las corrientes renovadoras de la
ideología cristiana y sus vinculaciones con la lucha guerrillera. La
problemática del Reino de Dios está presente en muchos de los autores de lo que
podría llamarse la "narrativa de la guerrilla": Renato Prada, Adolfo
Cáceres, Oscar Uzín, Julio de la Vega y otros, aunque no así en Jesús Lara,
René Poppe y Gaby Vallejo.
Juan Ignacio concluye, en que: "La
participación de los cristianos en la lucha por la liberación de América Latina
debe entenderse,.... a partir de una perspectiva diferente a la del marxismo,
pero no necesariamente contrapuesta, porque las metas históricas pueden ser
comunes" y que la guerrilla permitió, por lo menos circunstancialmente, el
encuentro entre los partidarios del Reino de Dios, aquí en la tierra y ahora, y
los revolucionarios marxistas inspirados en los ideales de la Liberación
nacional y el Socialismo.
Ambas utopías tienen considerables similitudes,
aunque también diferencias, sostiene Juan Ignacio en la parte final de las
conclusiones, porque plantean el cambio revolucionario de una sociedad que se
sostiene sobre estructuras de injusticia y opresión.
UTOPIA Y DISTOPIA
Y la utopía es precisamente el tema del último
capítulo del libro, el más cargado de sugerentes reflexiones.
Puedo convenir con Juan Ignacio en que: "El
Che y sus hombres cometen un serio error de cálculo al iniciar su campaña sin
contar con las fuerzas políticas o sindicales que pudieran darle contenido
popular a la lucha. En realidad los combatientes de Teoponte y Ñacahuasu hacen
una lectura falsa de la realidad boliviana sobre la que levantan una utopía que
difícilmente pudo haber llegado a término".
Lo que cuestiono es que si necesariamente las
utopías deben llegar a término... ¿Si fuera así no dejarían de ser tales?
Es verdad que el Che y sus hombres no lograron
torcer el rumbo de la historia, tuvieron un fracaso militar y en lo inmediato
también un fracaso político.
Pero, ¿no es verdad acaso que sus ideas influyeron
notablemente en el verdadero viraje a la izquierda que el país vivió hasta
1971, militares nacionalistas incluidos?
Y es más todavía, ¿podríamos entender algunas
racionalidades inmersas en la sociedad boliviana de hoy sin lo que ocurrió en
1967 y 1970? ¿Podríamos en 1998 expectar sin conmovernos el asesinato de
prisioneros como se hizo con el Che y con muchachos desarmados en Teoponte?
Me parece que el hallazgo de los huesos del Che y
la búsqueda de los restos de Marcelo Quiroga Santa Cruz, son una señal de que
vivimos otros tiempos. Indican que si no todos, la mayoría de los bolivianos,
no estamos dispuestos a tolerar crímenes como esos, y como el de Jota Torres en
Buenos Aires, como el de Luis Espinal, como el de la calle Harrington o como
las masacres mineras, incluida la última de Amayapampa y Capacirca, reedición
de lo que creíamos ya superado.
¿Podríamos hoy seguir soportando y alimentando la
visión soberbia y arrogante de los poderosos y su desprecio por los pobres y
desposeídos?
¿No quedan acaso como efectos de las utopías del
pasado reciente, por lo menos la conciencia y la sensibilidad sobre el respeto
a los Derechos Humanos y la convicción de que los pobres no pueden ni deben
seguir siendo pobres por los siglos de los siglos?
Baste decir que estos elementos se intenta convertir
ahora en políticas de estado, como se ha puesto de moda decirlo, quizá
demagógicamente para algunos que se ven obligados a aceptar, aunque de dientes
para afuera, lo que la sociedad en su conjunto siente y piensa.
Por lo tanto, me quedo con la definición
etimológica de utopía, como algo que existe, que es actual pero que no tiene un
lugar donde establecerse, la utopía no sería necesariamente realizable
íntegramente y de inmediato, sino algo que se llega a concretar solo en la
medida en que tenga espacios donde situarse para dejar planteados nuevos
desafíos en cada momento histórico. Cuando creemos que ya la hemos alcanzado es
cuando se abren nuevos horizontes que nos obligan a mirar cada vez más lejos.
En este descreído fin de siglo, ¿no será acaso urgente
y necesario el despliegue de nuevas utopías?
PASION Y RIGOR
Advierto en el libro de Juan Ignacio, por lo menos
tres elementos entrecruzados que lo enriquecen: la mencionada reflexión sobre
la utopía y la distopía o anti-utopía; la correlación puntual con los
acontecimientos históricos y el reflejo de ambos elementos, es decir la
reflexión teórica y los hechos mismos, en la producción literaria boliviana que
por cierto no es unívoca, unos buscarán exaltar y promover las virtudes de la
guerrilla y otros buscarán disminuirla y denigrarla.
En cuanto al segundo aspecto, de revisión
historiográfica o de acercamiento a los hechos históricos si se quiere, Juan
Ignacio rescata valiosa información de la documentación conocida, especialmente
de los diarios de los protagonistas y los pronunciamientos públicos de la
guerrilla. En esto tiene a quien salir, su madre, María Eugenia del Valle, fue
una gran historiadora a la cual los historiadores bolivianos le deben mucho, lo
mismo que los aficionados como yo que fuimos sus ocasionales alumnos en la
UMSA.
Y por último, había comenzado mencionando la
fascinación -que por cierto comparto- de Juan Ignacio por los documentos
originales del Che. Pero lo importante es que su trabajo no hace concesiones
emocionales. No se aparta de la rigurosidad metodológica, es un modelo de
investigación seria y profunda sin dejar la pasión natural de toda verdadera
obra humana.
Cuando conocí el texto en forma de la tesis
doctoral de Juan Ignacio, mi reacción inmediata fue sugerirle su publicación,
pues consideraba casi una actitud egoísta no compartir con los lectores un
producto tan interesante y con enfoques tan novedosos.
La obra está disponible, además de completada y
mejorada, en atractiva presentación. A los hipotéticos lectores -los que hacemos
libros todavía creemos que existen, esa es nuestra particular utopía- les pido
que disfruten y aprovechen de su lectura
Fuente: http://www.chebolivia.org/index.php/masarticulos-3/79-la-guerrilla-del-che-y-la-narrativa-boliviana



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